Lautaro

Lautaro

Generoso Medina

Dos figuras casi legendarias se enfrentan en la historia de Chile: don Pedro de Valdivia, fundador de Santiago, y Lautaro, joven libertador de Arauco, nacido en el año 1535.

La conquista americana supo de hombres valientes y ambiciosos; de corazones indomables, de hidalgos españoles, mercaderes, escribanos y agricultores que luchaban por el engrandecimiento del imperio español.

En la navidad de 1549, Valdivia dejó Santiago con el propósito de fundar una gran ciudad en el corazón mismo de Arauco. Al comienzo, su expedición no tuvo contratiempos; en marcha por el valle Central, bajo la agradable temperatura de diciembre, se aproximaba a veces a la Cordillera y sorteando ríos de poco caudal, muy pronto llegaron al Maule, al Itata, y más tarde al Bío-Bío. Cuando avanzaron hacia el sur, la empresa se volvió peligrosa: atacaban los indios emboscados y sus flechas y piedras causaban grandes estragos en las bizarras huestes del Conquistador. Los araucanos, dueños de aquellas tierras, luchaban con increíble ardor, con una valentía sin límites, con una ferocidad que los españoles no habían encontrado en ninguna de sus campañas. Recién se iniciaba la verdadera guerra a muerte.

Don Pedro intentó quebrar el heroísmo de los araucanos por medio del terror; pero todo resultó en vano. Fue en una de aquellas tristes jornadas de terror que el Conquistador tomó prisionero a Lautaro, hijo del cacique Curiñancu. Lautaro tenía poco más de quince años. Era de estatura mediana, fuerte, musculoso, de piel oscura; su cabeza bien formada se mantenía erguida con dignidad y decisión.

En contacto diario con don Pedro de Valdivia, Lautaro, extraño prisionero, cuyas ideas eran un misterio para todos, aprendió los secretos del arte militar y del poderío español. Mientras tanto llega el momento en que el cacique Colo-Colo, Toqui de la Paz, convence a los caciques de Arauco para la guerra, con el símbolo de la saeta ensangrentada que llegó también a Concepción, donde los indios trabajaban en las minas de oro de Quilacoya, padeciendo hambre y frío. Allí estaban los más entusiastas partidarios de la independencia. Entonces se planteó entre los caciques la lucha por el mando: Tucapel, señor de tres mil vasallos; Angol, jefe de cuatro mil; Paicabí, Lemolemo, Gualemo, Elicura. Faltaba Caupolicán. Colo-Colo conocía a fondo las grandes condiciones guerreras de Caupolicán y para ganar tiempo, dijo a los caciques:

— «Será capitán quien pueda sustentar por más tiempo un tronco de árbol sobre el hombro». Los caciques sometieron a la prueba. Se hizo presente Caupolicán y ante el asombro de todos, mantuvo tres días el tronco sobre sus hombros.

Llegó también hasta Lautaro la saeta ensangrentada, mientras se encontraba en la casa de don Pedro cuidando las caballerizas. Fue Gualcolda, una joven india, quien lo puso frente al destino heroico.

Cayumanque, cacique de Arauco se apareció frente a don Pedro, ofreciéndole tres mil flecheros para exterminar la rebelión de sus hermanos. Lautaro que no comprendió la conducta del viejo cacique, en seguida lo consideró un traidor. Por su parte el Conquistador le confió a Lautaro el mando de aquellas fuerzas hasta que de nuevo apareció ayumanque para decirle estas palabras: «Hijo de Arauco: tu pueblo viene a ti a pedirte que le ayudes. En tus manos está la flecha de la guerra; en tus manos he puesto yo las flechas de tres mil guerreros. Ayúdanos: usa esas flechas contra el invasor y no contra tus hermanos».

Lautaro comprendió su error pues acababa de recibir una lección de astucia y patriotismo.

Pronto se encontraron frente a frente don Pedro de Valdivia y Lautaro, joven de veinte años. Obtuvo éste una brillante victoria y su intención fue perdonar la vida a quien había sido hasta muy poco tiempo atrás su captor; pero los indios enloquecidos lo mataron y mutilaron en forma horrenda.

Lautaro había llegado a la cima del poder y la gloria. Se parecía a un joven dios, fuerte, poderoso,  ardiente, inspirado siempre en el amor de Gualcolda. Sin embargo, pese a toda su grandeza de estratega, a toda su bravura, tuvo que luchar contra la superstición de sus hermanos y con las tribus que traicionaban la causa de la libertad entregándose a los españoles o combatiendo contra los araucanos.

Una celada preparada por los indios yanaconas terminó con su vida. Fue traicionado, vendido. Rodeado por centenares de indios que se habían pasado a los españoles, una flecha certera se le clavó en el pecho y el joven héroe cayó muerto sin exhalar un gemido. El pueblo araucano siguió luchando durante muchos años para conquistar su libertad. Entregaron lo mejor de sus años, lo más brillante y valiente de sus juventudes, porque ellos encarnaban la eterna pasión de la libertad, contra todos los ejércitos del imperio español. Ni las epidemias, ni el hambre, ni la muerte, les hicieron desistir de su empeño. Y el gran Lautaro se convirtió en símbolo, no sólo de la libertad de su pueblo, sino de la libertad de América. Murió en el año 1557.

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