El Estado laico:

Garantiza la plena libertad de creencias, opiniones e ideas, religiosas o no, de los individuos. No puede prohibirlas, perseguirlas, ni censurarlas, estableciendo el único límite para su expresión en el respeto a la ley y a las normas de convivencia (por eso es inaceptable la propaganda racista o sexista que promueva el odio a ciertas personas).

Fomenta la investigación científica y la difusión de los resultados científicos para el beneficio de la sociedad y no solo de una parte de ella o con meros fines mercantilistas, atendiendo a su función social y de ampliación del conocimiento, la libertad y la autonomía de los individuos.

Promueve y enseña la ciencia, el método científico y sus valores a través de la Educación Pública (o sostenida con fondos públicos y, en todo caso, en las etapas obligatorias) y en sus instituciones (colegios, institutos, universidades, museos, planetarios, etc.), manteniéndola separada y distinta de las creencias particulares y sin hacer pasar a estas por ciencias: la Educación laica no puede difundir ni enseñar creencias particulares, pseudo-científicas, ni anti-científicas en sus instituciones, sean religiosas o no. La enseñanza de religiones u otras creencias no-científicas no tienen lugar aquí sino en sus correspondientes templos, mezquitas o centros privados que quieran divulgarlas libremente. La Universidad, por ejemplo, no es el lugar para seminarios ni talleres sobre astrología, homeopatía o creacionismo.

Vigila que la información que se trasmite sea veraz, contrastada y fundamentada científicamente, sobre todo en lo que atiene a los medios de comunicación, publicidad, consumo y salud, para que los individuos puedan decidir con esa información veraz y garantizar sus derechos como consumidores, usuarios o receptores de servicios públicos y privados, evitando en la medida de lo posible el engaño, el fraude o la estafa, por ejemplo, en lo referente a supuestos “productos-milagro,  pseudo-medicamentos o pseudoterapias, etc.

Andrés Carmona Campo