Se llaman signos a los elementos físicos capaces de representar un objeto, idea o concepto distinto de sí mismo. Decimos así, que las nubes negras son signo de lluvia, o que una mueca es signo de dolor. Se llaman símbolos a los elementos creados artificialmente con la misma función. Así, una señal de tránsito, un muñequito en la puerta del baño, son símbolos, ya que su relación con aquello que indican se ha determinado más o menos arbitrariamente. Los signos pueden ser comprendidos por los seres humanos y los animales; los símbolos no.
Pero no debemos olvidar nunca que los símbolos, aunque manifiesten fielmente la idea que quieren expresar, no son esa idea, o mejor dicho, son la forma, la piel, que recubre la idea, el espíritu de la cosa representada. Por eso mismo ni los masones, ni nadie que se dedique al estudio de la Ciencia Simbólica, deben confundir el símbolo con lo simbolizado.
Si nos paramos a pensar detenidamente en nuestra actividad diaria, vemos que la presencia de los símbolos es muy abundante: En química, matemáticas, informática o simplemente en la regulación del tráfico, los símbolos nos indican asociaciones convencionales, aceptadas universalmente para el mejor ordenamiento de nuestra actividad.
También estamos familiarizados con el uso de palabras, gestos y objetos representando conceptos morales, afectivos, intelectuales o religiosos.
Vemos pues, que nuestra vida está llena de símbolos que ejercen una acción ordenadora de nuestra conducta, constituyendo una trama invisible conocida y aceptada por todos los miembros de una misma cultura que hace posible la comunicación, la relación social, el ejercicio de las profesiones y, más aún, los símbolos son el tejido del que está hecha la misma cultura de cada grupo, tanto los pequeños núcleos de población cómo los grandes movimientos culturales o religiosos. Es más, imaginemos por un momento qué sería de nuestra vida individual y grupal si desaparecieran los símbolos y nuestra memoria de ellos; sin signos, gestos, ni lenguaje. Seguramente podemos estar de acuerdo en que la resultante es sólo caos, en el que ninguna realización personal o grupal sería posible.