Preguntas y Respuestas 2015-1

Entrevista a Gustavo Vidal Manzanares, autor de «18 semblanzas masónicas» por Javier Montilla

 

¿De dónde surge ese odio que existe hacia lo que significa la masonería?

Matizo esa afirmación. En lugares con larga tradición democrática como EEUU, Francia o Inglaterra no hay odio, sino que ser masón constituye un timbre de gloria. «Curiosamente» la masonería es abominada por algunos sectores de países donde no hay democracia o ésta es reciente. A su vez, las injurias a la masonería proceden de grupos y personas llenas de odio. No solo aborrecen la masonería sino que suelen ser machistas, xenófobos, homófobos.

Respecto al origen del odio, básicamente brota del fanatismo. La semilla del fanatismo germina al adoptar una actitud de superioridad moral, quieren «liberarte del error» o «salvar tu alma» y no admiten que los demás puedan tener una brizna de razón. Ellos se consideran depositarios de la verdad, a veces de «verdades eternas».

Te pongo un ejemplo: ¿Tú te imaginas a Bin Laden iniciado en la masonería? Claro que no. Seguramente él quiere «sacarnos del error» y acabar con esas «barbaridades» de los Derechos de la mujer, el pluralismo, la libertad de opinión.

Pero no pensemos que todos los sectarios ponen bombas. Muchos se disfrazan de tolerantes aunque, con frecuencia, se muestran sarcásticos e hirientes con quienes no opinan igual. Y esto es lógico, la masonería implica aceptar que el de enfrente pueda tener razón, que no hay dogmas inamovibles y el dogma es el oxígeno del fanático. La masonería, sin embargo se viste de la seda del relativismo.

Y el relativismo o librepensamiento colisiona contra el fanatismo. Podemos comprobar que quienes más crispa insultan y vociferan suelen ser los más sectarios. Y es normal porque desde posturas sectarias se piensa que fuera de la secta no hay salvación. Al fanático le provoca irritación intelectual, no el hecho de discrepar, sino el hecho de que se argumente desde fuera de sus ideas, y por eso siempre nos odiará.

Sin embargo, quien está honestamente convencido de sus ideas, quien además de ideas cultiva ideales, no solamente no le importa compartir planteamientos del antagonista, sino que, al contrario, disfruta con ese diálogo, se enriquece con otras ideas. Esto, en gran medida, es la masonería y por eso nos odian. Por otra parte, ideas empapadas de masonería como laicidad, igualdad de género, respeto e integración de las distintas opciones sexuales, ampliación del concepto de matrimonio y familia, protección a la mujer y a los más débiles o rechazo al dogmatismo, tambalean débiles cimientos ideológicos.

Esto, sin duda, puede generar inseguridad en mentes alérgicas al librepensamiento. La inseguridad conduce al miedo, y el miedo desemboca en la agresividad. De la agresividad al odio no media ni una pulgada. Por estos motivos opino que algunos nos odian.

De hecho, una gran parte de la derecha española piensa que la masonería en España fue un nido de corrupción, de intrigas y de prácticas antidemocráticas.

Muy al contrario, la masonería fue «responsable» e impulsora de la democracia. Incluso cuando ser demócrata equivalía a resultar perseguido.

Respecto a la derecha española, no creo que ellos, precisamente ellos, se encuentren en situación de señalar a nadie. La historia de España es la historia de una nobleza inútil y corrupta apoyada por una Iglesia dañina e hipócrita. Por no hablar de otros estamentos como el militar. Desgraciadamente, se ha echado en falta una clase media burguesa e ilustrada como en Francia e Inglaterra. De manera que la derecha española ha sido corrupta, torpe, dañina y antidemocrática, al menos hasta hace bien pocas décadas cuando se «convirtieron a la democracia».

Pero, entrando en el fondo del asunto, seguramente se han iniciado personas indignas de ceñirse el mandil masón.

Pero, a la gente así la expulsamos o los pedimos educadamente que se vayan.

Te pongo un ejemplo. Nosotros expulsamos a Augusto Pinochet, incluso antes del golpe de Estado, al considerar que era un déspota. Bien, cuando ya era un dictador sanguinario fue recibido obsequiosamente por Juan Pablo II.

Creo, por tanto, que nuestra exigencia moral es superior a la de todos esos hipócritas.

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