Q.·. H.·. Mario Silva Peralta, M.·. M.·.
R.·. L.·. Lautaro 197. Or.·. de Caracas, Venezuela.
1.- Introducción.
Ser un verdadero Maestro Masón es saber comenzar y terminar las obras, es llevar adelante las mejores ideas, es ser realizador, es no dejar obras inconclusas, es mostrar, con modestia, la capacidad de construir con solidez y sabiduría. El Grado de Maestro es, por eso, el Grado de los Grados.
Hiram no es solamente el arquitecto del templo muerto por tres malvados Compañeros que revive de una muerte aparente, en cada Maestro por la voluntad de continuar la reivindicación del hombre. Hiram es «el prototipo del justo que triunfa de la muerte y de la corrupción». Hiram revive en el plano espiritual para seguir construyendo obras dignas e imperecederas.
La pasión que Hiram experimentaba por la perfección del arte y del trabajo, en la construcción, durante siete años, del Templo de Salomón, en el Siglo X a.C., equivale al destino reservado al masón que respeta sus obligaciones y cumple con sus deberes.
En la primera edición del Libro de las Constituciones de Anderson (1723) se dice que Hiram Abí es “el masón más perfecto de la tierra”, es el hombre abnegado o el símbolo de la libertad y la justicia como fuerzas indestructibles.
El simbolismo de revivir es la demostración que la vida individual va más allá de la muerte cuando aquí en la tierra y para esta tierra somos capaces de dejar una obra ética y social que contribuya a la justicia, la solidaridad y la fraternidad.
Hiram deja la inmensa tarea de que cada Maestro debe construir su propio espíritu para que en él habite siempre la verdad. La verdad, dice la Orden, siempre estará amenazada por la ignorancia, la mentira y el fanatismo, esas tres pasiones que encarnaban aquellos Compañeros que quisieron vanamente arrebatarle, con seducción y amenaza, la sabiduría al Maestro.
Para honrar su memoria en la persona de su Viuda, los Maestros se llaman entre sí Los Hijos de la Viuda.