El significado enciclopédico de la palabra fraternidad es el siguiente: “unión y buena correspondencia entre hermanos o entre los que se tratan como tales”.
La masonería nos enseña a cultivar la fraternidad, que debería ser un lazo más íntimo y profundo que la simple amistad, y a la vez su extensión más amplia, por cuanto abarca o debería abarcar a todos quienes la reconocen y profesan, compartiendo la comunidad de sus ideales, objetivos y aspiraciones, aun cuando su cultura y sus ideas pueden ser muy diferentes.
Por tal razón se le hace despojar a uno previamente de sus errores, ilusiones y falsas creencias, y por medio de la iniciación se le enseña el camino de la verdad, cuyo precioso conocimiento se le indica simbólicamente, por medio de la palabra sagrada, significando su propio grado de comprensión. Con ésta y con sus signos, tocamientos y palabras, cuyo conjunto constituye la actitud masónica, estará capacitado para hacerse reconocer universalmente como hermano, puesto que sólo podemos encontrar la fraternidad en la misma medida y grado en los que la reconocemos y practicamos.
Como escuela de fraternidad y moralidad, más aún que de verdad, la masonería necesariamente se limita a presentar a sus miembros esos ideales, a la vez que despierta en ellos la conciencia de los deberes y obligaciones que los mismos imponen y que son los únicos que pueden hacer efectiva su realización, en la senda estrecha y rectilínea que marca la regla, con el auxilio de la escuadra, que representa la recta actitud, acompañada por el compás de una visión y un discernimiento cada vez más amplios y comprensivos.
Debería la fraternidad poderse extender a todos los hombres indistintamente, constituyendo la base de todas las relaciones humanas. Pero, por el hecho de que exige comprensión y reciprocidad, y dado también que éstas, al igual que las demás cualidades y actitudes humanas, sólo pueden manifestarse y desarrollarse gradualmente, a la fraternidad no le es dable existir sino en medios y sociedades de tipo masónico, que prudentemente la limitan a su mismo grado de comprensión.
Entre el homo homini lupus y el homo homini frater, que resumen la actitud respectiva del delincuente y del iniciado, cabe toda una gama de sentimientos y actitudes, una verdadera escala, como la simbólica de Jacob que une la tierra con el cielo. Caín y Abel existen potencialmente en todos los hombres, el primero como residuo sub humano que necesita superarse, el segundo como cualidad divina, buscando su natural expresión en la medida en que el hombre sabe sobreponerse a sus instintos inferiores.
Convertir el uno en el otro sin que éste llegue a ser víctima de aquél, por medio de la educación y del ejemplo, es un proceso que necesita tiempo y que también puede medirse precisamente en siglos y milenios.
Un ejemplo luminoso: como el de san Francisco, que consideraba hermanas a todas las criaturas y a las mismas fuerzas de la naturaleza, queda necesariamente aislado y apenas si permanece como el ideal de aquellos mismos que habiendo ingresado en su orden se califican como sus discípulos. Dentro de la misma iglesia se le contrapone san Ignacio, quien con espíritu más conservador, se atiene a la vieja máxima bastarda de que “el fin justifica los medios”. Así pues, al lado de la seráfica actitud de un verdadero discípulo de Jesús, se han encendido las hogueras y se ha perseguido y torturado a todos aquellos que se atrevieron a pensar sincera y libremente.
Hablar de fraternidad en un mundo todavía dominado por el temor y la codicia, en el que la guerra es aún una hipótesis posible, y se encuentran y desarrollan los medios para prepararla en la forma más espantosa, a la vez que a muchos seres humanos les faltan la vivienda y los medios de subsistencia, puede parecer una ironía. Por esta razón, los términos intermedios, como amigo, compañero, colega y camarada son tal vez más comprendidos y prácticos, así que pueden usarse indiscriminadamente para con todos los hombres.
En cuanto a la verdadera fraternidad, es mucho si logramos conseguirla y cimentarla entre los que hemos ingresado en ella con su reconocimiento más íntimo, porque solo pueden ser verdaderos hermanos los iniciados, los que de igual manera aprecian la verdad y la virtud. No por el hecho de que éstos puedan apartarse de los demás, sino porque son los únicos que pueden reconocerse entre sí como tales. La fraternidad puede así extenderse sin que llegue a vulgarizarse, dado que sólo los verdaderos hermanos se hallan capacitados para practicarla.
Como último término el trinomio que tuvo como divisa la revolución francesa, la fraternidad mal se acordaba con la libertad, la igualdad, pero sobre todo tenía su flagrante antítesis en la guillotina. ¡Extraña fraternidad la que pudo y puede tolerar a su lado la pena de muerte! Por esta razón, para que la misma no sea irrisible y pisoteada en su afirmación hipócrita, debemos guardar en el corazón la fraternidad como nuestro tesoro más preciado. Al intentar vulgarizarla sólo lograríamos desvirtuarla y transformarla en una mentira, dado que en la comprensión profana, alejada igualmente de la verdad y de la virtud, todo se pervierte inevitablemente.
Por otra parte, más bien que hablar de ella, la fraternidad verdadera se demuestra y se afirma practicándola: tratemos de ser verdaderos hermanos, según sea posible y a la vez deseable, primero entre nosotros y luego para los demás. Así llegaremos a ser conocidos como tales y haremos nuestra mejor aportación para el logro de un mundo mejor.
Prácticamente la fraternidad puede, sin embargo, establecer sus lazos únicamente entre los que se sienten HH.´. O sea efectivamente hijos de un mismo padre, el principio universal de la vida o ser supremo, y de una misma madre, la naturaleza, que a todos igualmente nos ha producido, nos sostiene y alimenta. Con ese reconocimiento, la fraternidad se hace efectiva, según se generalice, llegará a extenderse sobre toda la tierra y ser como debería y cómo debe, la relación normal entre todos los hombres y los pueblos.
Todos los hombres pueden ser hermanos según conocen y realizan en lo íntimo de sus corazones la verdad de la fraternidad; es decir, de su común relación con el principio de la vida, por un lado, y por el otro con el medio que los hospeda. Caerán entonces las barreras ilusorias que actualmente dividen a los hombres, según cae la venda que cubre sus ojos, y la masonería, habrá esparcido efectivamente su luz sobre la tierra.