La Masonería desde inicios de la edad media hasta comienzos del siglo XIV


(TRABAJO DE CARÁCTER HISTÓRICO)

RAFAEL VALENCIA VALENCIA M:. M:.
Or:. de Caracas, 28 de Julio de 2018 (e:.v:.)


Resumen.-


Para terminar de comprender la trascendencia del simbolismo y la influencia de la Masonería Antigua es necesario estudiar el desarrollo de la Masonería desde el “amanecer de la Edad Media”. Esas formas primordiales de la iniciación se transmitieron al mudo greco-romano y a la cristiandad, dándose con la llegada de Cristo un vuelco decisivo en la historia de las iniciaciones.
Christian Jacq (egiptólogo) nos dice que. “Por primera vez, un jefe espiritual ofrece el conocimiento a todo el mundo, sin imponer el paso por un ritual iniciático, aunque numerosas sectas gnósticas afirmaron lo contrario y es conocida la tesis según la cual Cristo habría salido de la comunidad iniciática de los esenios, que junto con los gnósticos y los terapeutas conformaron las tres comunidades iniciáticas contemporáneas de Cristo, algunas de cuyas enseñanzas recogieron los masones”.


Pero, además del cristianismo, debemos incluir en este trabajo al mitraismo, movimiento iniciático, que siendo anterior al cristianismo, empapó la civilización romana y cuyas enseñanzas, además de las tradiciones Judaicas y la corriente Pitagórica fueron asimiladas por los Colegios de Arquitectos a partir del S. IV d. C, fecha aproximada de ese “amanecer de la Edad Media”.
A partir del S. IV d. C., el clero, con mucho dinero, construye numerosas iglesias y los prelados ejercen una notoria influencia política. El cristianismo es la nueva fuerza esencial que se lanza a la conquista del mundo, apoyándose a menudo en poderes terrenales. Surge la comunidad monacal con un papel fundamental en el destino de la espiritualidad y el arte occidental, que permitió a los constructores sobrevivir, y más tarde, desarrollarse.


La francmasonería de la Edad Media es un organismo sólido que deja una gran reserva simbólica en el repertorio iconográfico de los capiteles esculpidos. La relación de esta francmasonería con la sociedad iniciática de los templarios en acción conjunta con la Iglesia produjo la epopeya de las catedrales, hasta la muerte oficial de la Orden del Temple en 1314 lo que deja a los francmasones sin esa protección tan poderosa y en adelante tendrán que enfrentarse con las autoridades civiles y religiosas sin la mediación de la orden caballeresca, comenzando lo que se conoce como el declive de la antigua masonería.


“La Masonería desde inicios de la Edad Media hasta comienzos del siglo XIV”.-


Introducción.-

Apoyándonos en la trascendencia del simbolismo y la influencia de la llamada Masonería Antigua estudiaremos el desarrollo de la Masonería desde el “amanecer de la Edad Media” hasta comienzos del siglo XIV, abarcando: El Cristianismo y Las Asociaciones iniciáticas contemporáneas, Inicio de la Era Cristiana, el nacimiento y esplendor de las Cofradías Masónicas de la Edad Media que da paso al declive de la Antigua Masonería o Masonería Operativa, (siglos XIV – XVIII). Agregaremos en forma escueta algunos aspectos sobre el Mitraísmo, para abordar luego el análisis de la Masonería Operativa, que nació en el seno de la Iglesia católica. Fue reconocida y protegida por la jerarquía eclesiástica y gozó de abundantes privilegios durante la Alta Edad Media. En el año 614 el papa Bonifacio IV puso bajo su protección a los masones, lo que les permitía viajar y cambiar de país sin restricción alguna para que ejercieran el oficio de maestros constructores y pudieran edificar catedrales, conventos y palacios.


Desarrollo.-
1.- El Cristianismo y Las Asociaciones iniciáticas contemporáneas.-
Luego del estudio de las sociedades secretas de Egipto y Grecia, llega una época decisiva en la historia de occidente. Con el nacimiento de Cristo, cierta idea del mundo se disuelve y aparece otra. El Cristianismo se opone, progresivamente, a todas las religiones antiguas y prevalece con la ayuda del poder político. Durante el complejo nacimiento del cristianismo existieron tres comunidades iniciáticas contemporáneas de Cristo: los esenios, los gnósticos y los terapeutas, algunas de cuyas enseñanzas recogieron los masones. Junto al cristianismo oficial se formó un cristianismo paralelo que, apoyándose en una interpretación distinta de la palabra de Cristo, propuso una espiritualidad poco conocida aún.


La secta judía de los esenios se instaló en Palestina durante el siglo II a. C., y hacia el 65 a. C., fueron perseguidos y su Gran Maestre fue, probablemente ejecutado tras atroces suplicios. Se exiliaron y fundaron luego una nueva comunidad en el paraje de Qumran, al sur de Jericó, en una región desértica. Subsistió hasta el 70 d.C., fecha en la que desaparecieron definitivamente de la historia, tras haber escondido sus libros sagrados.


Varios de estos escritos fueros traducidos en la Edad Media y formaron parte de los conocimientos que poseían los Maestros de Obras. Otra parte de ellos fueron descubiertos en una gruta en 1947 por un beduino. En 1952 y 1955, nuevos hallazgos resucitaron la secta de los esenios. Gracias a las excavaciones, se identificó el cenáculo para los banquetes, las albercas para los baños rituales, un gran baúl para los trabajos comunitarios y un escritorio para la redacción de los textos.


El rito esencial era el banquete, que se iniciaba con un profundo silencio; luego, el presidente elegido por sus hermanos recitaba una plegaria para sacralizar la asamblea. Cuando el neófito era admitido por primera vez en el banquete, prestaba un juramento calificado de temible. Juraba observar una inalterable piedad para con Dios, practicar la justicia con los hombres sin dañar nunca a nadie, combatir junto a los iniciados contra el error, respetar a los jefes de la Orden, no ceder ante las vanidades, amar por encima de todo la verdad y mantener las manos puras. “Jura también no ocultar nada a los miembros de la secta ni revelar nada a otros que no sean ellos, aunque se usara contra él la violencia hasta la muerte”.


Los esenios afirmaron que detentaban el sentido esotérico de la Biblia. El significado literal les parecía destinado a hombres irrelevantes, mientras que el sentido simbólico del libro servía como base a la iniciación. Estas pretensiones atrajeron la venganza de los judíos llamados ortodoxos que no conseguían desvelar los secretos de la comunidad esenia.


Todos los aspectos anteriores se aplican a las cofradías masónicas, pues, el método de trabajo de los esenios sigue estando en vigor en las logias. Un texto proclama “Que nadie hable en medio de las palabras de otro, antes de que ese otro haya terminado de hablar. Y además que no hable antes de su rango”.


El título del iniciado esenio es “Hijo de la Luz”; al convertirse en miembro del consejo de la Orden, ha participado en la guerra de los Hijos de la Luz contra los de las tinieblas, que equivalen a las naciones privadas de Dios y, sobre todo, a los romanos, los ocupantes de Palestina. El iniciado esenio como el iniciado masón puede convertirse en maestro. El mito central del esenismo es el martirio del Maestro de Justicia, jefe superior de la comunidad torturado hacia el S.II a. C. por un tirano llamado “el sacerdote impío”. Hecho fundamental, el Maestro de Justicia fue traicionado por los suyos, al igual que Maese Hiram tuvo que sufrir la villanía de tres compañeros que estaban a sus órdenes.


En el terreno de los símbolos, hay por lo menos tres de la clase de los esenios que conservó la masonería. El primero es un paño de lino que indica la necesidad de una purificación constante; el aprendiz masón recibe un delantal de piel blanca que le inculca una noción comparable. El segundo es la hachuela que se convirtió en el mazo del Venerable masónico; lo encontramos también en el símbolo de la “piedra cúbica” con punta cuya parte superior está hendida por un hacha. El tercero es la estrella, símbolo esencial del grado de Compañero masón; “la estrella”, nos dice el Escrito de Damasco, “es el buscador de la ley”. El papel del compañero es buscar la verdad viajando por el mundo.


Debe añadirse, también, la corriente gnóstica. El gnosticismo es una ideología compuesta en la que se mezclan elementos egipcios, griegos, persas, babilónicos, judíos y cristianos. La Gnosis se sitúa a sí misma por encima de los partidos y de las religiones, intentando descubrir el sentido esotérico de todas las confesiones. Hasta finales del siglo II, se afirma como el esoterismo cristiano; la enseñanza gnóstica está reservada a quienes desean ir más allá del bautismo y conocer los secretos del mundo celestial. Goza así de una especie de existencia legal en el seno de la Iglesia. La Gnosis en sus orígenes era una profundización de la fe.


Esta situación no duró mucho. Una fracción de la Iglesia cristiana acusó a los gnósticos de los crímenes más abyectos, de orgías sexuales en sus reuniones y asesinato de la mujer preñada y de devorar el embrión. Las mismas acusaciones se harán, mucho más tarde, a la francmasonería.


Los gnósticos no encontraban la sabiduría en los escritos cristianos sino en las revelaciones de los antiguos misterios, especialmente de los egipcios. Insistieron a menudo en la figura del demiurgo, el ordenador del universo, que los masones convertirán en el G.: A.: D.: U.:. Se comunicaban entre sí por medio de un alfabeto esotérico cifrado, del que el alfabeto masónico, que hoy no se practica, será la última muestra.


No son constructores sino pensadores; no forman una cofradía bien estructurada, sino que alimentan una corriente de opinión basada en la búsqueda esotérica. Son los primeros oponentes cristianos al cristianismo de Estado; descontentos con la dirección espiritual de los asuntos de la Iglesia, dan otro aspecto del mensaje cristológico y desean afirmar una profunda originalidad con respecto a lo que consideran una traición a las enseñanzas de Cristo.


Una tercera asociación iniciática del tiempo de Jesús la constituyen los Terapeutas, etimológicamente “los curadores”. Según Filón de Alejandría son “ciudadanos del cielo y del mundo, realmente unidos al Padre y al Creador del universo por la virtud que les ha procurado la amistad con Dios”. Como entre los esenios, el rito principal es el banquete. Varios detalles evoca la masonería de un modo muy concreto; el gesto ritual, por ejemplo: la mano derecha entre el pecho y el mentón, la mano izquierda cayendo a lo largo del cuerpo. Es exactamente el gesto propio del grado de
Compañero masón. En los banquetes eran los jóvenes iniciados los que servían la mesa, pues, así aprenden la humildad. En los banquetes masónicos tradicionales son los nuevos aprendices quienes se ocupan de esta tarea.


Esenios, gnósticos y terapeutas contribuyeron a crear un estado de ánimo y a propagar símbolos que no fueron olvidados en la Edad Media y que se integraron, incluso, en las estructuras masónicas del S. XVIII.


2.- Los adeptos de Mitra y la iniciación romana.-
El gran movimiento iniciático que empapó la civilización romana es, indiscutiblemente, el mitraismo, además de las tradiciones Judaicas y la corriente Pitagórica que fueron asimiladas por los Colegios de Arquitectos asignados a las Legiones Romanas que estuvieron acantonadas en el Medio Oriente. Mitra, antiguo dios iraní de la luz, penetró en Europa en el S. I a.C. por medio de los marinos procedentes de Cilicia (zona costera meridional de la península de Anatolia). Los progresos del culto y el reclutamiento de los adeptos siguen siendo muy misteriosos; ni siquiera se conoce el programa original de la secta que tuvo un inmenso éxito en la Roma de los siglos II y III de nuestra era. En 308, es el apogeo; sin embargo, grandes dificultades siguieron a este apogeo; pues, Juliano el Apóstata, ferozmente anticristiano concederá sus favores al culto de Mitra y las legiones romanas lo practicaban con fervor y lo implantaban en todas partes por donde pasaban. Esto provoca inquietud entre los jefes del cristianismo quienes no tardan en tomar represalias: 389, en Alejandría, son devastados un templo de Serapis y un templo de Mitra. El instigador de estos actos fue Ambrosio, Arzobispo de Milán. En febrero de 391, un decreto prohíbe los cultos paganos en Roma. Sin embargo, esa excepcional sociedad secreta se había implantado en Italia, Francia, Inglaterra, Alemania, España y en muchas otras regiones, llegando hasta los límites del imperio romano.


Los templos son pequeños: la bóveda equivale al firmamento estrellado y el conjunto debe presentarse como una gruta relativamente oscura; a cada lado del eje central están dispuestas banquetas en las que se sientan los iniciados. La disposición de los templos masónicos contemporáneos es prácticamente idéntica.


Las informaciones fragmentarias sobre la ceremonia de iniciación señalan que en el momento principal de la ceremonia, el postulante, que estaba completamente desnudo, los ojos vendados y las manos atadas, yacía tendido en el suelo ocupando el lugar del iniciado asesinado por la incomprensión de los hombres; el papel de la comunidad es resucitarle y hacer revivir el espíritu en cada nuevo adepto. Se procedía, también, a las pruebas de la tierra, el aire, el agua y el fuego. Los detalles del ritual mitraico, están tan cerca del ritual masónico que podemos imaginar una transmisión ininterrumpida del ideal mitraico a partir del S. IV d.C. La supresión de la secta no se vio acompañada por la supresión de su mensaje. El mitraísmo fue indiscutiblemente una las más ricas asociaciones de la antigüedad, tanto por la fraternidad como por su organización simbólica. Varios arquitectos fueron iniciados en el mitraísmo y contribuyeron a propagar sus ideas en las primeras corporaciones de constructores.
El mitraísmo legó a la posteridad símbolos y un marco ritual muy coherente. Iniciados como Numa, Apuleyo y Boecio, aunque no fueron de la misma época, le legaron cierto tipo de pensamiento, una forma de ideal que fue apreciada en su justo valor por las cofradías de constructores. Mientras el paganismo se derrumbaba, la sustancia iniciática del mundo antiguo encontraba refugio en los colegios de artesanos.


3.- Inicio de la Era Cristiana.-
El cristianismo nace en una sociedad donde los más altos valores espirituales son detentados por las sociedades iniciáticas. No las ignoró y a partir del S. IV, se mostró a menudo injurioso o crítico con ellas. Los iniciados habían recibido la orden de no abrir ciertos libros herméticos ante los cristianos, por miedo a que los destruyeran. Se destacan, entonces, tres fechas en esta oposición entre cristianismo y sociedades iniciáticas: 313, 351 y 375. En 313, Constantino promulgó el edicto de Milán que concedía la libertad de culto a los cristianos y a los no cristianos. La nueva religión se convierte en la fe oficial. El clero recibe mucho dinero, se construyen numerosas iglesias y los prelados ejercen una notoria influencia política. En 351, el emperador Juliano comienza a apartarse del cristianismo, pues, ha estudiado las doctrinas neoplatónicas que son difundidas ampliamente por las cofradías iniciáticas y encuentra más riqueza en este tipo de pensamiento que en la religión cristiana, iniciándose en el culto de Mitra hacia 358 y amenaza seriamente al cristianismo, amenaza que termina con su brutal muerte.


No hay certeza absoluta de si existía una iniciación específicamente cristiana, pero a la luz de la obra de Dionisio el Aeropagita, se advierte que pide a sus hermanos cristianos que alcen sus ojos hacia la iniciación. Dice, además, que al recibir el depósito de los misterios, comprenderán los ritos y los símbolos, recibirán un nuevo nombre. Hay, agrega, un secreto divino en la jerarquía que conocen quienes han superado los tres grados de iniciación.


El gran pensador cristiano no era el único que reconocía la importancia de un “cristianismo mistérico”. Hipólito de Roma aconsejaba sobre la admisión de los neófitos: “Que se les pregunte la razón por la que buscan la fe. Quienes los traigan darán testimonio con respecto a ellos para que se sepa si son capaces de escuchar la palabra. Que se examine también su estado de vida. Que se haga una investigación sobre los oficios y profesiones de aquellos a quienes se lleva a la instrucción”. La preparación para el bautismo es claramente designada como una pre-iniciación al misterio divino y se pone a prueba a los catecúmenos durante tres años; “si alguien muestra celo y persevera bien en esta empresa que no se le juzgue según el tiempo sino según su conducta”, dice Hipólito.


En algunos textos cristianos se pone de relieve una expresión cara a los masones: “Hijos de la Luz”, dice Ignacio de Antioquia, “huid de las divisiones y las malas doctrinas”. En todas las épocas, al parecer, quienes intentan vivir la vía iniciática reciben ese título de Hijos de la Luz. Otra ascendencia bíblica se pone de relieve en la construcción del Templo de Salomón: dos arquitectos, David y Salomón, recibieron el encargo de concretizar los planos del Arquitecto divino. Algunos textos masónicos, como el manuscrito Dumfries nº 4, se refieren a esos dos reyes considerándolos como ilustres masones que aplicaron las reglas del Arte Real. David a causa de los errores de su vida personal, no tuvo derecho a ver terminado el templo. Entregó el plano completo a su hijo Salomón, quien habría tenido a sus órdenes ochenta mil obreros y más de tres mil maestros albañiles convirtiéndose en su Gran Maestro. Fue glorificado viviendo entre sus pares y nombró a Hiram Maestro de Obras, para que dirigiera a los arquitectos, los grabadores y los escultores. Salomón e Hiram son dos personajes clave de la francmasonería; cada Venerable está sentado en la cátedra del rey Salomón y el nuevo Maestro masón, en su iniciación, hace que Hiram reviva.


4.- Nacimiento y esplendor de las cofradías masónicas en la Edad Media.-
Hacia 315, un monje egipcio llamado Pacomio crea una institución que desempeñará un papel fundamental en el destino de la espiritualidad y el arte occidental: la comunidad monacal, donde unos hombres ávidos de Dios aprenden a vivir juntos al servicio del espíritu. Junto a los eremitas solitarios, los grandes monasterios pacómicos albergan de mil a dos mil monjes entre los que se encuentran albañiles y carpinteros. Son empleados primero en la construcción del propio monasterio, en cuyo interior les están reservadas casas especiales: pueden luego ser llamados a otra parte. Se tiene como cierto que la institución monástica fue la que permitió a los constructores sobrevivir y más tarde, desarrollarse. Las primeras comunidades monacales acogieron en su seno a constructores. La regla comunitaria es, ante todo, la humildad que permite a cada cual recibir una enseñanza del otro y darle una a su vez. Tales perspectivas sólo podían alegrar a los constructores que tuvieron un nuevo punto de fijación en Occidente cuando san Martín fundó la abadía de Marmoutier en 372.


Durante el siglo V, Gran Bretaña nos proporciona un nuevo dato sobre las cofradías. Hacia 43 d. C., los artesanos empleados por las legiones romanas habían trabajado en aquellos lejanos parajes, edificando torres y murallas destinadas a proteger a los ciudadanos romanos de los ataques de los escoceses. Estas obras militares se prolongaron hasta comienzos del siglo III; algunos artesanos regresaron al continente, otros fundaron un hogar y se quedaron allí. Comunicaron su ciencia a los bretones, lo que explica el nacimiento, en el siglo V, de la cofradía de los culdeos que sustituye a los colegios de constructores romanos. Con bastante rapidez, rechazan la civilización romana y las formas artísticas para preferir de nuevo el simbolismo céltico.


El año 406 marca el inicio de las grandes invasiones y de la decadencia romana. En 410, Alarico entra en Roma, dando el ejemplo a los pueblos bárbaros que van a invadir Europa. No hay ya poder central, no hay autoridad capaz de garantizar la seguridad de los ciudadanos. Por esta razón, los grandes encargos arquitectónicos desaparecen; muchos artesanos están sin trabajo y buen número de ellos elige el exilio de Bizancio. Se produce así el contacto entre constructores occidentales y orientales; por eso Francia, en los siglos V y VI, ve levantar un número respetable de edificios civiles y religiosos donde es muy pronunciada la influencia oriental.


Finalizado el imperio romano en 476, los hombres que siguen pensando que la vida tiene sentido no lo buscan ya en Roma: se vuelven hacia Irlanda, patria inviolable del celtismo que, sin embargo, entreabre sus puertas al cristianismo traído, una vez más, por los monjes. Su encuentro con los albañiles culdeos es positivo; los culdeos son ahora monjes constructores organizados en colegios. Admiten el matrimonio y no reconocen la autoridad suprema del papa romano al que consideran un simple obispo. Entre los culdeos están los descendientes de los druidas y de los bardos celtas, cuya vocación cristiana fue, sobre todo, un modo de pasar desapercibidos. Monjes y constructores se entienden perfectamente para crear grandes ciudades enteramente monacales. Necesitan a los monjes, los monjes los necesitan a ellos. Se trata de edificar una nueva civilización con la fe cristiana y de construir edificios sagrados y profanos para que los hombres recuperen un equilibrio social.


La herencia celta está presente en el ánimo de estos albañiles. Recuerdan el hábito blanco ritual de los druidas, sus maestros espirituales, los ritos iniciáticos donde el profano entra en una piel de animal muriendo para el “hombre viejo” y renaciendo para el “hombre nuevo”.


El celtismo es también Lug, el dios de la Luz señor de todas las artes. Se manifiesta en la persona del jefe del clan, poseedor del mazo. La iniciación se traduce, primero, en la práctica de un oficio y nadie es admitido en Tara, la ciudad santa de Irlanda, si no conoce un arte. En Tara, la sala de los banquetes rituales se denomina “morada de la cámara del medio; el consejo de los maestros masones se denomina “cámara del medio”. A través de los monjes culdeos, el gran aliento de la iniciación céltica da una intensa vida a la expresión cristiana; encontrará su más perfecto símbolo en la figura de Merlín el Mago, que fue Maestro de Obras. Merlín enseñó a los constructores que el espíritu debe prevalecer siempre sobre la fuerza y que solo el Maestro de Obras, el mago de la piedra, es capaz de llevar a cabo la Obra Total.


En el siglo VI, Bizancio es la que da a las cofradías artesanales ocasión de expresar su genio: de 532 a 537, se erige Santa Sofía la Magnífica. Bajo el reinado de Justiniano (522-565), las corporaciones gozan de numerosos privilegios y reciben abundantes encargos. En Bizancio se forma también un lenguaje artístico donde los símbolos procedentes de los viejos imperios de Oriente Próximo ocupan el mayor lugar. Los escultores los incorporan a su alma; los transmitirán a sus hijos que preservarán su autenticidad hasta el siglo XII. En 529, el monje Benito funda el gran monasterio del Monte Casino cuyo vigor espiritual influirá en toda Europa. Ese oopidum (lugar elevado) había sido antes uno de los lugares de culto de Mitra. A fines de aquel siglo VI, favorable a las cofradías, los monjes se convierten en copistas y reproducen los grandes textos de la cultura antigua, que tan abundantemente utilizarán los albañiles de las Catedrales de la Edad Media.

Hacia 600 edificaron la iglesia de Canterbury y muchas otras obras maestras, lo que valió para que el papa Bonifacio IV los liberara en 614 de todas las cargas locales y de los delitos regionales.
Durante el dominio lombardo en Italia, un edicto que data de 643 habla de los maestros albañiles que serían originarios de Como. Estaban a la cabeza de algunas cofradías muy independientes y viajaban por toda Europa sin tener que dar cuentas a nadie. Después del siglo IX se pierde el rastro de los “Maestros de Como”.


Viene luego Alemania en donde la masonería habría nacido allí en 713. Ya en sus comienzos, habría aceptado a “especulativos”, es decir, a iniciados que no trabajaban con sus manos sino que aportaban materiales puramente intelectuales a la obra colectiva. Francia, Irlanda, Italia, Alemania…, en numerosos países de Europa, una masonería organizada apunta por el horizonte. Un poco por todas partes, las agrupaciones de constructores se hacen más coherentes.


En Francia, durante el siglo VIII, se ve aparecer el tipo de abad laico, un superior de monasterio que no ha pasado por la vía eclesiástica. Carlos Martel alienta esta tendencia; durante su reinado, se empieza a hablar mucho de un Maestro de Obras llamado Mamon Grecus, encargado de iniciar a los artesanos franceses en la albañilería o masonería. Directamente llegado de Oriente, habría llevado en su equipaje el antiguo simbolismo. No se trata de una oposición marcada contra la iglesia sino más bien de una voluntad de independencia de las sociedades iniciáticas con respecto a todas las demás instituciones. Bajo los merovingios, de 428 a 751, los artesanos se agruparon, poco a poco, en las ciudades.


Las abadías carolingias de Alemania fueron un vivero de constructores; también tendieron un puente entre cultura oriental y occidental. En Francia, el siglo IX ve la expansión de las abadías benedictinas que siguen la austera regla de san Benito y protegen a los artesanos sin restricción alguna. Los benedictinos reúnen una enorme masa de textos antiguos que se refieren a la arquitectura, la astrología, la medicina y las más diversas ciencias; los maestros de obras, educados en semejante clima, son cada vez más instruidos y abren su espíritu en contacto con los monjes que dirigen su vida espiritual.


Cuando las obras de la enorme abadía de Cluny se inician, en 909, los cluniacenses se referirán a la enseñanza pitagórica, que conocen perfectamente y construirán los edificios de acuerdo con medidas simbólicas. Del geómetra griego a la gran abadía occidental, se transmiten los secretos iniciáticos de los constructores. Esta vez, todo está en su lugar para permitir el inicio de la época de las catedrales.


En aquel siglo X de la era cristiana, los masones se dieron un alma y algunas leyes. Pusieron fin a la dispersión y a la diseminación de sus fuerzas, crearon una cofradía que será la guardiana de los ritos y de la rectitud de la Orden. Como escribe Jacques Heers, “la omnipotencia del grupo se afirma tanto en las campiñas como en las ciudades y marca profundamente las sociedades y las mentalidades medievales”. La era de las catedrales, es ante todo, la magnificencia de la “cofradía” en el sentido más amplio. Debemos diferenciar aquí corporaciones y cofradías; las primeras son simples asociaciones que están desprovistas de cualquier elemento propiamente iniciático. Las segundas practican una fraternidad de naturaleza espiritual y trabajan para la gloria del soberano arquitecto de los mundos, tanto si las forman albañiles como carpinteros u orfebres. Con aires de aristocracia, si se quiere, las cofradías solo agrupaban a artesanos muy cualificados que han dado pruebas de sus virtudes espirituales, morales y técnicas. Desean mantener el fulgor de una élite y no buscan el objeto en serie sino la obra maestra. En cualquier caso, un sentimiento religioso está en el origen de la cofradía y no una preocupación profesional; Dios es arquitecto, pensaban los medievales, el trabajo es, pues, sagrado.


Se supone el año 926 como el año que marca el nacimiento de la Orden. El año 1150 marca su primer apogeo. Las cofradías de albañiles se reúnen en la abadía de Kilwinning, junto al mar de Irlanda. En aquel momento se había producido una fusión entre la masonería escocesa, nacida en esa región y la oriental cuyos principales dignatarios habían tenido representación en Kilwinning. La catedral de Puy-en-Velay es fruto evidente de una colaboración entre artesanos franceses y orientales y prueba la realidad de la alianza establecida entre las masonerías nacidas en dos culturas.
En 1275 se inicia el gran congreso masónico de Estrasburgo. Erwin de Esteinbach es Maestro allí; con el acuerdo de los demás Maestros de Obras, decide reanudar los trabajos en Estrasburgo para erigir una de las más hermosas catedrales de la Edad Media. La ciudad es entonces el centro principal de la francmasonería. Sus esculturas contienen una muy densa enseñanza masónica.


En el siglo XII, el más modesto de los grupos se funda sobre una base religiosa. Para que una asamblea de hombres tenga posibilidad de vivir en paz necesita la autorización oficial o tácita de la Iglesia ya que las capillas albergan, a veces, reuniones masónicas y las abadías cistercienses acogían talleres secretos donde los canteros y carpinteros aprendían su oficio; en grandes escuelas de pensamiento, como Laon o Chartres, los obispos y los abades trabajaban de común acuerdo con los maestros de obras. De hecho la Iglesia era el único poder capaz de asegurar la financiación de las obras, al menos al comienzo de la era de las catedrales.


Esa masonería primitiva, heredera de los misterios de la antigüedad, se define como un “Arte Real”, es decir, como la posibilidad de vivir en la realeza del espíritu. Los albañiles forman un gran cuerpo “católico”, universal, donde cada cual aprende los secretos del oficio y recibe una transmisión espiritual. Los constructores son hombres libres que se desplazan sin cesar y van donde se les necesita; por eso obtienen una independencia de hecho. El arte de la Edad Media, gracias a los masones, es internacional. Los estilos se confrontan sin mezclarse, los pensamientos se armonizan sin oponerse puesto que todo pasa por el filtro de la fraternidad que no tiene en cuenta la raza ni el rango social.


Otras informaciones indican que los antiguos reglamentos de los francmasones medievales son extremadamente concisos. Se exige la fe en Dios y el respeto por las reglas comunitarias; lo más importante son las costumbres, es decir, las reglas no escritas que renacen cada día en la obra. Los famosos landmarks, objeto de interminables querellas a partir del siglo XVIII, sólo eran en su origen las marcas geométricas que fijaban en el suelo el centro y los ángulos del futuro edificio. Colocar los landmarks supone crear la implantación del templo y no componer reglamentos administrativos. La gran regla de la antigua masonería es el respeto al maestro ya acreditado y que sabe construir una catedral.


Dejaremos de lado el aspecto esotérico representado en los dos patronos de la cofradía, san Juan Bautista y san Juan Evangelista, tema que se ha tratado en otros trabajos y veremos la jerarquía masónica en la Edad Media. La estructura masónica comprendía tres grados: aprendiz, compañero constructor y Maestro de Obras. Al aprendiz le correspondía el trabajo de colocador de piedras y al compañero constructor, el de tallador, valiéndose para ello de un mazo y un cincel. El Maestro, por su parte, terminaba las esculturas más difíciles o rectificaba la obra imperfecta.


En las obras, el Maestro era ayudado por un vocero o hablador que transmitía a los compañeros las órdenes de aquel. Da las piedras a los escultores cuyo trabajo vigila y abre la obra por la mañana y la cierra al anochecer tras haber comprobado que todo está como corresponde. Cuando desea dar una orden, da dos golpes en una tablilla colgada en la logia; si se oyen tres golpes, es que el Maestro en persona se dispone a hablar. El oficio de habladores era una muy estricta preparación para el cargo de Maestro de Obras.


El rito de bienvenida se ha conservado, poco más o menos, en la masonería actual. Cuando el masón itinerante se presenta en las puertas de una logia, pregunta: “¿Trabajan masones en este lugar?”, golpeando por tres veces la puerta. En el interior cesa cualquier actividad y uno de los masones se apodera de un cincel y abre la puerta. Intercambia una contraseña con el recién llegado y le hace cierto número de preguntas rituales cuyas respuestas deben ser aprendidas de memoria. Este catecismo es la parte esencial de la enseñanza al aprendiz masón contemporáneo.
La iniciación comprendía las pruebas de la tierra, el agua, el aire y el fuego, ya vistas en varias cofradías de la antigüedad; la iniciación al grado de Maestro descansaba sobre el rito del arquitecto asesinado.


La escalera de caracol, en numerosas torres de catedrales, fue un importante símbolo de la masonería medieval; aludía a la necesidad de evolucionar en torno a un eje central, de seguir las volutas de la existencia humana sin perder nunca de vista una referencia sagrada. Los albañiles poseían tres joyas inmutables para los tres grados: la piedra bruta, reservada a los aprendices; la piedra cúbica de punta, reservada a los compañeros, y la tabla de trazo, reservada a los maestros. En la masonería contemporánea, la piedra bruta sigue siendo el símbolo de los aprendices; pocas veces se utiliza la piedra cúbica con punta y la tabla de trazo se olvidó con el paso de los años.


La gran reserva simbólica de la masonería medieval es, esencialmente, el repertorio iconográfico de los capiteles esculpidos, en donde encontramos el pelícano, el fénix y el águila de dos cabezas que se honran en los altos grados masónicos. Todas las actitudes rituales del escultor iniciado se representan en la piedra o en la madera, todos los objetos sagrados de los albañiles son visibles en las iglesias y las catedrales, todos sus secretos espirituales y técnicos son accesibles aún gracias al lenguaje del símbolo.
La masonería contemporánea reivindica de buen grado su ascendencia templaria. El símbolo, que es el mejor camino para comprender la mentalidad medieval, nos permite ver la relación la francmasonería medieval con otra gran sociedad iniciática de aquel tiempo, la orden caballeresca de los templarios. Se ha demostrado que la epopeya de las catedrales se debió a la acción conjunta de la Iglesia, los templarios y los francmasones.


Poco después de su nacimiento, en 1118, la orden del Temple tuvo una gran actividad arquitectónica; recurrió a los albañiles y los protegió de un modo constante. En cada comandancia había un maestro arquitecto que velaba por los derechos de franquicia concedidos a todos los obreros que solicitaban la hospitalidad del Temple. En 1268, maese Fouques del Temple es, a la vez, templario, francmasón y maestro carpintero del rey; es el vivo símbolo de la unión total. Para algunos historiadores, en 1155, casi todas las logias inglesas eran administradas por el Temple. (1118 – 1312).


Dado que sobre los templarios existen innumerables trabajos, tampoco nos detendremos en su análisis, diremos sólo que los templarios empleaban ya la calavera que se encuentra en el cuarto de reflexión de los masones. La fiesta del solsticio de san Juan de invierno reúne a templarios y francmasones y los grandes maestros de ambas órdenes encienden personalmente las hogueras rituales.


Resumiremos que el albañil, el masón, de la Edad Media, entra en una cofradía cuyo objetivo principal es construir un templo de piedra destinado a recibir la asamblea de los fieles. Construyéndolo, el iniciado aprende también a construir un templo espiritual que nunca estará acabado. En el interior de la Orden no hay disociación entre el espíritu y la mano, entre los pensadores y los manuales; el Maestro de Obras es el símbolo viviente de esta unidad.


Conclusiones.-
Christian Jacq concluye esta época así: La gran Edad Media, la de las catedrales, la Masonería Operativa, muere con el siglo XIV. Y aunque se construyen aún iglesias, se esculpen obras maestras, se transmite todavía una enseñanza iniciática por medio de las imágenes, el estado de ánimo cambia a partir de la desaparición de los templarios; los francmasones no gozan ya de una protección tan poderosa y en adelante tendrán que enfrentarse con las autoridades civiles y religiosas sin la mediación de la orden caballeresca asesinada. El siglo XIV ve el nacimiento de la burguesía reconocida como valor social, del comercio capitalista y de la guerra en estado endémico. Algo se ha roto en el alma de los europeos y aparecen las desgracias: epidemias y hambrunas siegan numerosas vidas, cierta animosidad perturba las relaciones humanas. Se inicia, además, una gran crisis religiosa. ¿Cómo encontrar una nueva moral en un mundo donde el dinero y la ambición comienzan a ocupar el primer lugar?


En mi opinión, la Francmasonería en todas sus etapas y a pesar de que el cristianismo se opuso a todas las religiones antiguas tratando de borrar el simbolismo de los Antiguos Misterios y a pesar de las desviaciones y de las vicisitudes históricas, tanto en la Masonería Operativa en su auge y en su declive o más bien en su tránsito hacia la Masonería Especulativa ha conservado el símbolo vivo de una comunión en la que el hombre vive una experiencia interior alimentada por lo simbólico y que más allá de los errores humanos, de los intentos de adoctrinamiento, de los más diversos extravíos, quedan los rituales, los símbolos y la dimensión iniciática.


A través de todas las épocas, la masonería ha sido uno de los caminos de búsqueda del conocimiento, un camino que, gracias al laicismo que practica, no choca con creencia religiosa ni política alguna.
Decía yo en mi trabajo “El Masón como Ciudadano” y que aplica también como conclusión en este trabajo: “La tradición educadora de la masonería estudia las grandes fases de la evolución masónica para rescatar los orígenes y el desarrollo de su genuino espíritu educativo, espíritu que la hace acreedora del título de Escuela de Formación del Ciudadano. La vocación de educación intelectual y moral de sus miembros constituye un carácter íntimo de esta institución; inicialmente, esta vocación educadora ya se apreciaba en los gremios de canteros medievales o masonería operativa, su eclosión acontece en el período intermedio de los masones aceptados, y su reconocimiento como algo genuino y exclusivo ocurre con el nacimiento de la masonería especulativa moderna”.


Rafael Valencia Valencia
M.: M.:
Oriente de Caracas, 28 de julio de 2018 (e:.v:.).


BIBLIOGRAFÍA.-
Trayectoria de la Masonería simbólica.- Revista Masónica de Chile Nos. 5-6 (1966)
Los Galileos.- De la opresión al dominio.- Logia Lautaro (Rafael Valencia)
El Gremio de Constructores antes de 1717.- Logia Lautaro (Rafael Valencia)
La Masonería.- Historia e iniciación. Christian Jacq.
El Origen Antiguo de los Masones.- R.: G.: L.: D.: V.:

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