Este hombre del que Napoleón dijo:
“Es un Quijote que no está loco; tiene fuego sagrado en el alma”.
Q.·. H.·. Edgar Perramón Q. M.·. M.·.
R.·. L.·. Lautaro Nº 197.
Francisco de Miranda Rodríguez partió de Caracas a los 21 años, el 25 enero de 1771, e ingresó a la Masonería, probablemente en Madrid, a los 23 años. Caracas tenía entonces 18.669 habitantes.
Miranda, el combatiente en tres continentes, es el maestro de la libertad y del americanismo, el primero que tiene una concepción unitaria de Hispanoamérica y el primero que habla en nombre de América. Su proyecto de Hispanoamérica como unidad permanece hoy con absoluta vigencia.
En la toma de la fortaleza inglesa de Pensacola, en 1781, en la Florida occidental, apoyando la Independencia de los Estados Unidos, el pensamiento de Miranda, de 31 años, alcanza una dimensión americana que modelará toda su vida futura. Se le señala como el primer estadista hispanoamericano a nivel continental. En Estados Unidos se queda año y medio, vuelve a Europa e inicia en 1785 un recorrido de cuatro años, vive seis años en Francia, participa en la Revolución Francesa de 1789 y se prepara, desde Londres, para la gran emancipación de Hispanoamérica, que él inicia con sus dos desembarcos en la costa venezolana, en 1806. Napoleón diría que Miranda “tiene el fuego sagrado en el alma” y que era “un Quijote, con la diferencia de que no está loco”.
No hay documentos ni diplomas masónicos del Precursor, pero los testimonios personales abundan, particularmente sus visitas a las Logias de Oslo (Noruega), Gotemburgo (Suecia) y Amberes (Bélgica) como el mismo lo señala. (Miranda, o.c., III, 60,81,86 y 335). Después de visitar Holanda, Prusia, Sajonia, Viena, Praga, Hungría, Italia, Grecia, Turquía, Rusia, Kiev, donde lo recibe Catalina II (en febrero de 1787), Suecia, Noruega, Dinamarca, Alemania y Suiza, dirá que viaja por instruirse (o.c. II, 223). Hablaba seis idiomas y traducía del griego y el latín.
En su casa de Grafton Street Nº 27, que adquirió en 1802 –ahora Nº 58 Grafton Way- en el sector de Bloomsbury, en Londres, Miranda fundó en 1798 la Gran Reunión Americana, una logia para la emancipación continental, con sucursales, las Logias Lautarinas, que se establecieron en Europa y América, entre 1800 y 1823, en París, Madrid, Cádiz, Buenos Aires, Mendoza, Santiago de Chile y otras ciudades. Su casa fue, como él mismo decía, “el punto fijo para la independencia y libertades del continente colombiano”. Por la Gran Reunión Americana y las Logias Lautarinas pasaron casi todos los próceres latinoamericanos que combatían por la independencia americana.
A Miranda se deben las primeras expediciones libertarias de Venezuela el 27 de abril de 1806 en Ocumare de la Costa y el 3 de agosto del mismo año en la Vela de Coro. Y a Miranda se debe la primera bandera, que iza a bordo del buque “Leander” –como el nombre de su hijo mayor- el 12 de marzo de 1806, frente a las costas de Haití. En el mismo barco, que zarpa de Nueva York, viene la imprenta que servirá para reproducir la “Proclama a los pueblos habitantes del Continente Américo-Colombiano”. En la bahía haitiniana de Jacmel se le unen las goletas “Bee” y “Bacchus”.
Miranda, de 60 años y después de casi 40 años de ausencia, luchador incansable, viaja a Caracas y desembarca en La Guaira el 10 de diciembre de 1810 escoltado por una cabalgata de admiradores que aplauden al célebre patriota. En su casa londinense quedarán Sara Andrews, su abnegada, digna y valerosa compañera durante ocho años, batallando sola con sus dos hijos pequeños, Leandro, de 7 años, y Francisco, de 5, a quienes no volvería a ver más. Sara murió en su misma casa, a los 73 años, le sobrevivió 31 años y sus restos se encuentran en el cementerio Kensal Green de Londres con el nombre de Sara Miranda; Leandro le sobrevivió 70 años y Francisco 25.
Miranda será la figura central de la Sociedad Patriótica cuando Caracas declare poco después la Independencia del 5 de julio de 1811.
Miranda murió en Cádiz, como reo de Estado, a los 66 años, el 14 de julio de 1816, después de una larga y dolorosa agonía, de tres meses y diecinueve días en la enfermería de la cárcel.
Dos años antes, el 5 de enero de 1814 había sido encarcelado allí, “pagando en sacrificio -como dice Mariano Picón Salas- su amor por América y por la Libertad”.
20 años más tarde, los franceses grabaron su nombre en el Arco de Triunfo entre los generales de la Revolución dignos de perpetua memoria. Su retrato, hecho por Rouget, figura en la galería de los generales revolucionarios del Palacio de Versalles y una colina de Valmy, donde se libró una batalla fundamental para la Francia, se yergue el monumento de bronce de Miranda en actitud hidalga y de combate.
79 años más tarde, Venezuela erige, en el Panteón Nacional, un cenotafio, decretado por el Presidente Joaquín Crespo Torres, distinguido miembro, también, de la Masonería, el 22 de enero de 1895, y es obra del artista Julio Roversi.
Arturo Michelena dejó, en 1896, “Miranda en La Carraca”, que se encuentra en la Galería de Arte Nacional.
El 20 de agosto de 2006, el Estado que lleva su nombre dejó un busto de Miranda en Chillán Viejo, la tierra del Libertador de Chile, don Bernardo O¨Higgins. El busto, del gran escultor venezolano Ygnacio Mejía, luce en la plenitud de su grandeza y ejemplo libertario. Pocas figuras más unidas por la historia que las de Miranda, el Maestro, y O’Higgins, el Discípulo predilecto.