Antonio José de Sucre Alcalá

Antonio José de Sucre Alcalá casi niño, ya de sub-teniente, como oficial de las Milicias Regladas, se afilió, en Cumaná, su ciudad natal, a la Revolución de 1810 y a la Masonería. En la Academia de Ingeniería Militar de Caracas tuvo los más altos rendimientos.

En la Logia de Cumaná su nombre aparece en repetidas oportunidades. Su padre, Vicente Sucre y Urbaneja, fue Alcalde de Cumaná, el primer Ayuntamiento de Venezuela, con no menos de 18.000 habitantes, que, como tal, reconoció el movimiento independentista de 1810. Fue, también, una de las más importantes figuras de la Masonería.

Sucre conoció a Miranda a los 16 años, en Valencia, y allí conoció, también, a Bolívar, en agosto de 1811.

Sucre, el genial estratega, le dio Independencia a Ecuador, en Pichincha, en cuatro horas de valor inigualado, el 24 de mayo de 1822; y a Perú, en Ayacucho -Rincón de los Muertos, en lenguaje indígena-, en tres horas de gloria, el 9 de diciembre de 1824, respectivamente. El glorioso cumanés supo comandar, con brillo y valor, tropas de venezolanos, argentinos, peruanos, ecuatorianos, bolivianos y chilenos.

A los 22 años era general de brigada, a los 24 General de división y a los 29 Gran Mariscal. Los suyos fueron 20 años de intensa vida patriótica y de dominio de los clásicos militares greco-latinos, Federico II de Prusia, Napoleón y Rousseau, el ideólogo. Participó en 37 encuentros de guerra, 12 batallas, 18 combates y 7 sitios, 22 en Venezuela, 6 en Ecuador, 5 en Colombia y 4 en Perú.

El 6 de agosto de 1825, creó Bolivia y en agosto de 1828 renunció a su Presidencia vitalicia. Los 28 mil pesos que le donó el Congreso de Bolivia, los repartió entre los pobres, los huérfanos y las viudas de la victoria de Ayacucho.

En los tres años y cuatro meses en la Presidencia de Bolivia, Sucre dejó, en la tierra predilecta del Libertador, el glorioso testimonio de un gobernante brillante e innovador.

La Masonería de Bolivia, particularmente la vieja Chuquisaca, hoy Sucre en su honor y gloria, conserva su nombre como el de uno de los masones más ilustres y de más noble influencia. Allí están todavía su bondad, su cultura, su fuerza moral y los encantos de su palabra. En Chuquisaca estaba la Universidad de San Francisco Xavier, la más antigua de América del Sur, fundada en 1624.

Sucre -decía Bolívar- es caballero en todo, es la cabeza mejor organizada de Colombia. Su vida es una lección de noble y fecunda trayectoria y de una infinita generosidad. Mariano Picón Salas dijo que Sucre era el diamante más límpido en nuestra canción de gesta. Era 11 años menor que Bolívar.

Los restos de Sucre, que a los 35 años, el 4 de junio de 1830, a las 8 de la mañana, cayó abatido en las montañas colombianas de Berruecos por los arteros enemigos de la Gran Colombia, aparecieron 70 años más tarde, el 24 de abril de 1900.

Cuando Bolívar supo la muerte de Sucre palideció y exclamó con agotamiento “Han matado a Abel” y empezó su lenta y larga agonía. Sabía que se quería privar a la Patria de un sucesor suyo.

Su esposa. Mariana Carcelén Larrea, Marquesa de Solanda, con quien se había casado por poder el 20 de abril de 1828, y su pequeña hija Teresita, de cuatro meses, le quedaron esperando en Quito. Teresita murió, en un lamentable accidente, sin haber cumplido los tres años.

Los restos del noble y heroico Mariscal de Ayacucho están, desde el 4 de junio de 1900, aniversario del sacrificio del insigne venezolano, en la Catedral Metropolitana de Quito. Tres naciones se disputaron la honra de velar sus cenizas.

El Presidente Raimundo Andueza Palacio inauguró una estatua del Gran Mariscal en Cumaná el 28 de octubre de 1890.

El Presidente Joaquín Crespo dispuso un cenotafio el 21 de febrero de 1895, por el escultor español Juan Bautista Sales, erigido en el Panteón Nacional en 1903.

Q.·. H.·. Edgar Perramón, M.·. M.·.
R.·. L.·. Lautaro 197

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